► El hombre (I)
El hombre en manos de los malos hombres

A fines del siglo pasado se suponía que la sociedad existía para el hombre biológico, cuyas raíces se «hundían en los pantanos primitivos». El tipo más elevado de hombre biológico, según se creía, surgiría como resultado del conflicto en el cual habrían de sobrevivir los más aptos. Herber Spencer, por ejemplo, concebía la sociedad «en relaciones de antagonismo y de competencia», donde los individuos más débiles resultan aniquilados para que las especies más fuertes puedan gozar de la dudosa inmortalidad de la propagación. Por otro lado, algunos filósofos interpretaron a Darwin diciendo que el hombre no está separado del mundo animal y que por consiguiente, no lo trasciende. Es decir, se volvió al hombre biológico; la nueva teoría evolucionista volvió a poner al hombre en la naturaleza y asignó su desarrollo al funcionamiento mecánico de las mismas fuerzas ciegas que regían el mundo material. De este modo la razón se convirtió en un mero órgano desarrollado por el esfuerzo del hombre para adaptarse a su ambiente, y que está relacionada esencialmente con su lucha por la existencia, tal como la velocidad del gamo o el olfato de la bestia de presa (Cf. CHRISTOPHER DAWSON, Religión y progreso, pág. 19). Sigo queriendo más a los filósofos del siglo VIII, porque aún cuando eran materialistas, colocaban al hombre en una categoría superior y separada del resto de la naturaleza; al menos elevaban la razón humana a la categoría de principio del desarrollo mundial.
Se produjo más tarde el golpe psicológico, cuando Freud dijo: «El yo no es dueño de su propia casa» (Obras completas, Vol., V, cap., IV, iintroducción al psicoanálisis). De esta manera, a la injuria se le agregó el insulto, cuando el Psicólogo declaró que «la superioridad del hombre sobre los animales puede provenir sólo de su capacidad para las neurosis». Así, la libertad humana fue negada a medida que se declaraba que el hombre está determinado sea biológicamente, como por los darwinistas; sea psicológicamente, como por los freudianos o sea económicamente, como por los marxistas. Para completar el desastre que se venía haciendo con el hombre, las grandes potencias lo tomaron como un títere y lo manipularon de mil maneras diversas…
Luego apareció Lutero sosteniendo que el hombre era intrínsecamente corrompido, «un terrón perdido», a quien se imputaban extrínsecamente los méritos de Cristo. Nada existía que pudiera llamarse renovación interior y regeneración del hombre; los méritos de la muerte de Cristo eran sólo una capa que se echa sobre un enfermo irrecuperable. El paso siguiente a la teoría de Lutero en el proceso del pensamiento fue, argumentar que si lo sobrenatural no regenera intrínsecamente al hombre, no es natural a él. Ahora, si lo que regenera al hombre no es natural al hombre, debe ser eliminado. De este modo, el movimiento de Aufklärung, en Alemania; el pietismo, en Francia y el deísmo, en Inglaterra, eliminaron por completo lo sobrenatural explicando que se trataba de una perversión del hombre natural. Con esto se naturalizó al hombre que está por naturaleza llamado a lo sobrenatural. Pero como el deseo de progreso y de Dios seguía intacto en el hombre, se produjo una contradicción interior en él y así aparecieron los psicólogos modernos para ayudarlo en su camino de reencuentro consigo mismo. ¡Pobre hombre!
Considerando al hombre en manos de malos hombres, llegamos al principio que formuló Descartes: «Nosotros conocemos nuestras ideas primero y después las cosas», principio éste que más tarde sería el «principio idealista». Un principio que parece una cosa inofensiva e indiferente pero que en realidad fue más que una revolución, fue una inversión del hombre y Dios: nunca más sería Dios y el hombre sino el Hombre y dios. ¿Qué importa si al final conocemos las cosas o no?, dirá más tarde el burgués. ¡Sin embargo esto es poner al conocimiento primero que al ser! La verdad desde siempre fue que el ser está antes que el conocer; el conocimiento se modelaba sobre el ser y así llegaba a conocer a Dios. Con Descartes pretendemos conocer a Dios a partir de la idea que tenemos de Dios, porque según el filosofo lo primero y en realidad lo único que conocemos, son nuestras ideas. Esto concluyó por poner al hombre primero que a Dios y después por eliminar a Dios incluso de la sociedad como sucede en nuestros días. Johann Gottlieb Fichte: «Pensar un cosa que esté fuera del pensamiento es contradictorio, sería pensar y no pensar a la vez… El que una vez ha comprendido este principio, no lo soltará jamás, es el principio de la sabiduría». Dios vino a ser el hombre, de quien nació una falsa religión, una pésima política y una cantidad de monstruos a la vez admirables y ridículos, como los que tenemos en la actualidad. Vea: Descartes dijo «conocemos primero las ideas»; Kant, Fichte y Schelling, «conocemos solamente las ideas»; Hegel, «las ideas son todo»; Sartre, «todo es nada» y Juan Jacobo Rousseau, hizo su aparición con un estudio sobre el hombre natural declarado que «el hombre es malvado por causa de la civilización». Reaccionando contra el concepto luterano de la corrupción intrínseca del hombre, Rousseau afirmó la bondad natural del hombre. Un poco más tarde, bajo el liberalismo, se formuló la doctrina de la autosuficiencia del hombre, una especie de hermandad sin lágrimas… Rousseau decía: «El estado reflexivo es contrario al natural; el hombre que medita es un animal depravado»; «las ideas generales y las ideas abstractas son fuente de los más grandes errores del hombre; nunca la jerga de la metafísica ha descubierto una sola verdad» (Cf. Emilio, Vol., IV); y en la Segunda Carta a Sofía, dirá: «Lejos de iluminarnos, el razonamiento nos ciega» (Cf. Masson, II, 55).
En su Sentimiento trágico de la vida, Miguel de Unamuno admitió con los liberales que el hombre podría ser una molécula social como lo afirmaba Pereto o un átomo económico como lo creía Marx; sostuvo incluso que existe un misterio en el alma humana y que su plena iluminación no puede encontrarse dentro de la perspectiva del espacio y el tiempo. «¿Es el fin del hombre», se preguntaba Unamuno, «catalogar el universo? ¿Acaso la raza humana caerá al fin exhausta al pie de una montaña de bibliotecas para legarlas? ¿A quién? ¡Pues Dios, seguramente no las aceptara!» Aparece así el hombre sin esperanzas. Se dijo que no basta sólo un hombre para salvar a una sociedad de la ruina, pero tampoco nunca se negó que un hombre sólo pueda llegar a ser señal de que una sociedad va a la ruina... Muchos hombres singulares del pasado han sido signos de la realidad actual del mundo, incluido Marx y Unamuno. Nadie los vio como signo de decadencia y de que la sociedad iba a la ruina y eso fue un gran error.
Por cierto, fue Dostoievski quién previó un Hombre Liberal desilusionado, rebelado contra Dios y poseído por la pasión de la reforma social. Todo esto, como sabemos, bajo el ardiente afán de los revolucionarios por ayudar a los desheredados sociales, destronar a los ricos y establecer la igualdad. Sin embargo, Dostoievski percibió también en sí mismo, un deseo más fuerte, el deseo de reordenar el mundo según la voluntad del hombre. Dostoievski camina por el filo de destronar al Creador y demostrar que el hombre puede ocupar el trono de Dios… En 1876, en el Diario de un escritor, anotaba: «Me parece que este siglo terminará, para la vieja Europa, con algo colosal. Quiero decir con algo, si bien no exactamente análogo a los acontecimientos de la Revolución Francesa del siglo diecinueve, terminará con algo tan colosal, tan irresistible y aterrorizador que cambiará la faz de la tierra, al menos en la Europa occidental». En cierta manera su «profecía» se cumplió ampliamente ya que la actual Europa, materialista y sin Dios «es aterradora». El cimiento de la extraordinaria herencia religiosa cultural y civil significó la grandeza de Europa a lo largo de los siglos, pero no en nuestros días…
Un enfoque un poco más sentimental sobre el hombre, lo podemos hallar en John August Neander, quién dice: «Nunca dejaré de protestar contra el intelectualismo unilateral; ese fanatismo del entendimiento que se difunde más y más y que amenaza transformar al hombre en una bestia inteligente y exclusivamente sabia». Toda la vida y sistema filosófico de John August Neander lo hallamos en su lema: Pectus est quod theologum facit.
La revolución copernicana se interpretó como destinada a recordar al hombre su escasa importancia, pues ya la tierra no era el centro del universo. Esta intimidación cósmica aumentó hasta tal punto que el doctor Harry Elmer Barnes llego a declarar que «el hombre no tiene más importancia que una cucaracha»; expresión similar encontramos en Hobbes, quién decía: «El hombre es esencialmente egoísta, un lobo para su prójimo» o en Feuerbach, quién decía: «El hombre es lo que come» y la coronación está en Jean-Paul Sartre quien acuñó en su Drama a puerta cerrada: «El infierno son los demás».
Todas las teorías antes mencionadas y las similares a ellas no mencionadas aquí, nos han dado la teoría del Hombre Frustrado, es decir, el hombre que lleva dentro de sí una tensión o dialéctica radical; el hombre que gime continuamente por alguna especie de sublimación o liberación sin poder encontrarla. No cabe duda que el Hombre Frustrado es el Antiguo Testamento sin el Nuevo, la caída sin la Redención, la tragedia del hombre sin la esperanza de un Cristo y un Calvario. Del punto de vista teológico, el concepto representa el redescubrimiento de la doctrina del pecado original, si bien los exponentes de la teoría del Hombre Frustrado se mueven sólo en la periferia de la doctrina. No en vano decía L. Castellani que, esas torres monstruosas que ha construido la filosofía moderna, torres levantadas en realidad contra el cielo, dependen todas de la ruptura de la tradición filosófica; ruptura que en el fondo, como la torre de Babel, es un pecado de orgullo. Dotó al precario intelecto del hombre de los caracteres del intelecto angélico; se lo hizo intuitivo, innato e independiente de las cosas. Esta rebelión de la razón humana contra sus propios límites y contra la realidad es comparable a la rebelión de los ángeles malos: Non serviam — «No serviré». La consecuencia fue que el hombre no sirvió de verdad, se volvió inservible…
De este modo el hombre del que debemos ocuparnos en la actualidad para recuperar la sociedad, es un hombre que viene baqueteado desde hace muchos años y no es el hombre dignificado del renacimiento, que aún respiraba la atmósfera del cristianismo; debemos ocuparnos de un hombre aislado de sí mismo, un hombre aislado de la comunidad y de Dios. Lo hemos visto, el valor del hombre ha venido disminuyendo continuamente a medida que generaciones de filósofos interpretaban la ciencia en forma de disminuir el valor de la personalidad. Después de toda esta manipulación del hombre se entienden, en el contexto del hombre baqueteado, las palabras del Estoico Séneca: «Cada vez que fui entre los hombres, volví menos hombre» o las de L. Castellani: «Cada vez que voy a ver a un amigo, vuelvo menos amigo».
Juan Del Rey
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