► El Hombre (II)
El hombre en manos de los buenos hombres

«El hombre creado a imagen y semejanza de Dios» (Gen 1, 27), no debería ser el hombre que hemos estudiando sino el hombre de la Edad Media. En la Edad Media, los Filósofos y los no filósofos discutían el problema del hombre mientras que anteriormente hemos estudiado al hombre como problema… No es mi intención de que nos quedemos en este artículo solamente con un estudio del hombre como problema o del hombre hecho un problema, sino que quiero presentar al hombre «animal raciona», es decir, el hombre que posee un alma con todos los derechos racionales pero también con sus limitaciones racionales y que no es un hombre que causa problemas a la sociedad. Al contrario, el hombre es una bendición de Dios para el mundo, para la sociedad.
Lo sabemos por Aristóteles y Santo Tomás, existe una jerarquía en la creación de tal manera que las cosas menos nobles existen para las más nobles. Por decirlo con palabras simples: las piedras existen para las plantas, las plantas para los animales, los animales para el hombre y los hombres juntamente con los ángeles para Dios. La persona humana es el vértice de esta pirámide de la creación visible. Aristóteles calificaba al hombre de microcosmos y Santo Tomás lo describía como un minor mundus (Cf. Sum. Teol., I, Q. 91, art. 1). Todas las demás criaturas del mundo se encuentran de alguna manera en el hombre; en algunos casos, están presentes fisiológicamente en el hombre, en cuanto que forman parte de su ser físico, pero, y esto es lo más importante, están dentro del hombre intelectualmente, puesto que es capaz de conocer todas las cosas del mundo visible. La piedra, la planta y el animal no conocen, pero el hombre sí. Por tanto, el hombre tiene un valor que trasciende a todas las otras cosas de la creación.
 
El alma nos «saca» de este mundo, nos pone a distancia con respecto a lo puramente material y nos une con Dios, de quien somos imagen y semejanza; el alma, del latín Anima, es lo que anima al cuerpo humano, lo que le da vida y movimiento, lo que lo hace conocer y amar. El hombre conoce y ama porque su alma tiene dos facultades, inteligencia y voluntad: conoce con la inteligencia y ama con la voluntad. Con la inteligencia «mira», ve lo que puede hacer y con la voluntad lo hace. De aquí que el hombre es libre mientras la planta o el animal no lo es. La teoría marxista de la historia, que destaca con carácter primario las leyes económicas de la producción; la visión pesimista de Spengler, que hace del hombre juguete de ciegas fuerzas fatalistas y la visión evolucionista, que considera al hombre, en palabras de Henrry Elmer Barnes, «un accidente cósmico sin mayor importancia que una cucaracha» o la de Hobbes, «el hombre es esencialmente egoísta, un lobo para el prójimo», en sus últimas consecuencias niegan el valor primario del universo, es decir, niegan la persona humana. Es debido a la centralidad del hombre en el universo que para Santo Tomás, Cristo hubiese muerto lo mismo en la cruz si hubiese existido sólo un hombre. Así, la dignidad del hombre es más que la dignidad del universo, es la cumbre de la creación, el coronamiento del universo. No en vano San Agustín decía: «Un pensamiento de hombre vale más que todo el universo creado».
 
El hombre es un Minor Mundus por contener dentro de sí, de alguna manera, todo el universo: el universo químico, por asimilación y el reino animal, por su posesión de fuerzas afectivas y sensibles (Cf. Sum. Toel., I, Q. 91, art. 1). Puesto que todas las cosas fueron hechas para el hombre y él les puso nombre, se deduce que debe, de alguna manera, compartir la naturaleza de todas las cosas. No en vano, Aristóteles y Santo Tomás incluyeron la palabra animal en la definición del hombre; pero si bien éste tiene algo en común con los animales, no es simplemente un animal, es el más perfecto de todos los animales (Cf. Sum. Teol., I, Q. 3, art. 1, ad. 2). En el mismo momento en que colocamos al hombre junto a la vaca o el caballo constatamos que es superior a ambos, a pesar de ser físicamente incomparable con el caballo o el elefante. El hombre es capaz de pensar, de amar, de crear obras de arte, de ser un héroe mientras que los animales no tienen tal capacidad.
Lo sub-humano encuentra su perfección en lo humano, dónde las pasiones, instintos, impulsos e incitaciones se hallan sometidos al control de un intelecto y una voluntad. Son estas dos facultades del alma, intelecto y voluntad, las que hacen humano al hombre, y más grande que el cosmos. Por tener un cuerpo, el hombre puede contener fisiológicamente partes del orden químico y animal dentro de su propio organismo, pero por tener intelecto, puede contener dentro de sí el universo entero, mediante el conocimiento. Es más grande que el cosmos, porque puede llevar el cielo en su cabeza (Cf. Sum. Teol., I, dist., 1, Q. 2, art. 2), lo que le deja con la tarea más grande aún de llevar su cabeza al cielo. El animal sólo puede «conocer» este buen pasto o este buen arroyo, pero el hombre puede conocer la Bondad y amar. El hombre trasciende a los animales, porque puede convertir un pensamiento libre en un acto libre, lo que el animal no puede hacer.
 
La gente sencilla suele decir: «Hago lo que quiero». Es decir, convierte un pensamiento: «Hago», en un acto libre, «lo que quiero». Piensa lo que quiere hacer y luego lo hace libremente. Así, el hombre es un ser que piensa, reflexiona, raciocina y quiere. Por tanto, no puede provenir sino de una causa inteligente, creadora y como esa causa inteligente y creadora es Dios, sílguese también que la existencia del hombre demuestra la existencia de Dios. Podemos decir: Yo pienso, luego existo, luego existe Dios, y por supuesto esto es diferente del pienso, luego existo de Descartes. No podemos saber que una cosa existe sin saber algo acerca de ella, no percibimos directamente nuestro pensar, ni el pensar primero que las cosas. Pensamos lo pensado, luego existimos, o simplemente existimos, el ser es, de Parménides. El hielo no puede sino ser frío, pero sólo el hombre puededebe ser bueno por su misma naturaleza. Basta lo dicho para darnos cuenta que el hombre no es un lobo para el hombre ni menos una cucaracha… Si para algunos el hombre es lo que come, para nosotros es el ser más digno de la creación visible y por tanto debemos respetarlo y quererlo como imagen y semejanza de Dios.
Juan Del Rey
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